Con Antonio López en Madrid, 1996
EL PAISAJE, EL PAISAJISMO Y UNA PALABRA SUSURRADA
Es posible
encontrar un lugar perfectamente ordenado donde finas líneas paralelas fugan a
las esquinas de la tierra y donde formaciones impecables de cúmulos y nimbos
cubican el cielo. Hay allí colinas y barrancos que se compensan entre sí para
producir una superficie rigurosamente plana. Hay vastas extensiones blancas,
árboles escasos y contados colocados en puntos estratégicos del paisaje,
cabañas, caminos, lindes y montículos de piedras que nos permiten medir las
distancias, capas de sedimentos que nos indican la profundidad o la altura con
toda precisión. Sin embargo, en esta zona, cuando el caminante escala una loma
descubre un paisaje distinto. Lo que parecía un plano infinito y yermo se
convierte en variada sucesión de montes, vaguadas y gargantas; aparecen
pueblos, bosques ocultos, campos de colores complementarios, ríos de aguas
verdes, castillos y huertos. Qué distinto es este lugar del espectacular
paisaje de la montaña donde todo es caos, desorden, abundancia y exceso. Para
el turista, la sierra es motivo de admiración; al pintor, le causa desasosiego.
En la Mancha han aprendido a mirar, a comprender y a ordenar lo que ven los más
grandes pintores de nuestra historia.
Desde el principio me inquietó la pintura de Ulpiano
Carrasco. Se trata de un artista de mi misma edad, y en su obra se concitan
muchos de los interrogantes que atenazan a toda una generación de pintores.
Cierto es que Ulpiano es un artista, lo ha sido siempre; también, que su
trayectoria transcurre al margen de la de los paisajistas que cada año surgen
de las facultades de Bellas Artes. Cabe afirmar que Ulpiano es un fruto de su
tierra, de la tierra nos habla en la mayoría de sus lienzos y, sin duda, ella le
ha explicado en un susurro por qué toda tierra es sagrada. Casi todos los
paisajistas de esta generación se ven envueltos en una discusión sobre el
expresionismo que en gran medida no les concierne. Como ellos, Ulpiano rinde
culto a Van Gogh, a Munch, a Kokoschka, a Benjamín Palencia y al joven Barceló,
y a la vista están (en sus cuadros de los años 80 y aun de comienzos de esta
década) las influencias que sobre él han ejercido todos estos artistas. Ulpiano
se ha formado admirándolos, comprendiéndolos y emulándolos en cierta medida. De
Palencia y del impar García-Ochoa tomó la sensualidad de la pincelada, del
holandés acaso la viveza del color y la capacidad de emocionarse... Pero
nuestra relación con la tierra, con el paisaje, no puede ser la misma que mantenían
aquellos artistas con lo que veían y vivían. Porque ¿qué es hoy el paisaje?:
¿un reducto?, ¿un refugio?, ¿un paraíso amenazado?, ¿un lugar alejado de aquel
en el que verdaderamente desarrollamos nuestras carreras y nuestras vidas?
Acaso la naturaleza represente hoy simplemente todo aquello que no ha sido
hecho por el hombre. Es una ventana a otro mundo, y en él el sentido de
nuestras preguntas cambia: ya no importa cómo está hecho y cuánto vale, importa
acaso por quién y para qué.
Para muchos jóvenes artistas, el contacto con el paisaje es
el contacto con lo primario, es conmemorar lo esencial y misterioso más allá de
un entorno domesticado, acondicionado y, sobre todo, comprensible. Para otros
muchos, representa en primer lugar un reencuentro con la pintura, con una
pintura que es una suerte de ritual en el que se invoca a la vez a la sabiduría
y al instinto. Yo diría que para el inquieto Ulpiano es, además, un modo de
hallarse a sí mismo y de proyectarse hacia el mundo.
Nuestro pintor ha alcanzado su madurez como artista, y en
las obras que ha creado para esta exposición están surgiendo por vez primera
formas y figuras que solo él ha sabido encontrar en el alma del paisaje:
espectros y símbolos agazapados en los mares de trigo, en las rojas salpicaduras
de las amapolas, en los remolinos de polvo, en las cambiantes sombras.
Sensaciones y expresiones, visiones y anhelos que se ocultan en los pliegues
más ocultos de su pintura. Si hubiéramos de caracterizarlo, diríamos que en su
pintura predominan los verdes y los naranjas, que los horizontes se sitúan en
el mismo borde superior del lienzo y que en los primeros planos se produce una
distorsión del espacio muy peculiar y sutil. Al fondo, cerca del horizonte
donde todo es azul y las formas se aprietan, aparecen misteriosas ciudades e
inexploradas cordilleras. En el primer plano, junto a nosotros, junto al
pintor, la tierra, la flor, la vid, el olivo y el almendro son los actores de
una obra plena de delicadeza, candor e inocencia. En sus cuadros todo es
alegoría y símbolo. Ulpiano Carrasco no nos habla del paisaje, sino de la
relación que mantiene con la naturaleza y con aquello que esta tiene de mágico
y de sagrado, que es todo o nada. La elección, esa elección, es el gran dilema
de nuestra época y es también el mensaje que subyace en la obra de Ulpiano. No
conocemos la respuesta, pero hemos conocido a este pintor singular, paseado por
los lugares que frecuenta y sabemos que es posible encontrar, al final de una
suave pendiente, una pequeña planicie donde la tierra es blanca. El camino gira
entonces y se esconde tras unos pinos, bajo uno de ellos, hay un hombre
arrodillado ante un lienzo que está trazando sobre él una serie de misteriosos
signos valiéndose de grandes tubos de pintura al óleo. Los signos son azules
arriba, amarillos en el centro, y rojos abajo. A veces se detiene a escuchar el
silencio. Luego escribe rápidamente otra línea: toda tierra es sagrada. Lo que
en ella mora vive también en nosotros.
Javier Rubio Nomblot, 1999
LECTURA DE ULPIANO CARRASCO
La presencia de
Ulpiano Carrasco en Bilbao es una suerte para quienes frecuentamos museos y
galerías de arte. Viene, no como pintor novel en busca de una sala y una ciudad
que le prestigie, sino como un pintor conocido y reconocido. Sin falsas
humildades ni vana soberbia, expone en la Galería Bay-Sala, decana de la villa.
La pintura de Ulpiano Carrasco evoluciona de un modo imperceptible. Solo
comparando su obra en tramos de varios años vemos que se está moviendo. Esto es
bueno, indica una insatisfacción personal, al margen de las opiniones de
público y de críticos. De público, porque ha gozado de las simpatías del
mercado prácticamente desde que apareció como pintor; y de las críticas, porque
también le apoyaron y animaron, siempre, con unanimidad. Lo cómodo, lo normal
en el sentido de hacer lo que hace la mayoría, sería concienciarse de haber
hallado el tan buscado filón del éxito y aposentarse en él. Bien podría decir:
para qué cambiar si dicen, y el mercado termómetro infalible en tantas cosas lo
confirma, que soy buen artista, un pintor buscado y cotizado. Sin embargo
Ulpiano, en la soledad de su estudio de la Manchuela conquense, sabe que tras
ese horizonte existe otro y otro.
En Historia se explica que el devenir del ser humano es una
serie de horizontes sucesivos. Es decir, que tras una meta, existen otra y
otra. Confirmando que el elemento diferenciador del hombre es el caminar sin
fin en busca de un ideal, que por su propia esencia es inalcanzable. Claro,
porque entonces dejaría de ser ideal. Es la búsqueda del cuadro perfecto. Algo
que nos atrae y que se aleja a medida que nos acercamos. Una primera visita,
como he señalado más arriba, bien se merece unas líneas que nos pongan en
preaviso acerca de las características más notables de los trabajos de
Carrasco. Si atendemos a la técnica que utiliza, vemos las fuentes en las que
aprendió el oficio de pintor. Ahí andan, de la mano de Van Gogh y Benjamín
Palencia, entre otros. Buenos ambos juntos y por separado. Naturalmente,
Ulpiano sabe que los maestros son buenos para enseñar; pero, a continuación,
hay que volar independientemente. Es lo que hace. Con una soltura que le viene
de una lección bien aprendida y una valentía propia de los que creen en sí
mismo, se enfrenta a los temas sin complejos. El pincel resbala sobre el
soporte con seguridad, sin arrepentimientos. No tiene inconveniente en volver
sobre lo pintado para reforzar o disminuir, según le convenga.
Como todo pintor inteligente, sabe elegir el tema y el
momento le luz más acorde con su técnica. Es la mejor manera de no equivocarse.
En arte, aunque alguno lo practique, no vale todo, ni mucho menos. Me atrevería
a decir que vale muy poco, a nada que seamos un tanto exigentes. En Ulpiano, lo
fundamental de su técnica viene dado por todo el proceso que precede a la
ejecución. Cuando decide qué pintar y cómo pintar, cuando pone y añade, cuando
estira y encoge. El acto de pintar, en él no es una aventura sino un proyecto
que se cumple con exactitud. Luego vendrán las pinceladas finales, que redondean
la obra.
Pero el grueso existía ya así, como lo vemos, antes de
iniciar el acto de mezclar, o no mezclar, los colores. Paulatinamente, los
temas han ido haciendo acto de presencia de forma variada. No es que los haya
descubierto ahora. Los tenía ya rondando; pero solo ahora, cuando él lo cree
oportuno, aparecen sobre el lienzo. Y habrá otros que todavía no los hemos
visto pero que Carrasco ya los tiene madurando. La aparición de un tema no
conlleva la desaparición de los demás. Cuando yo lo conocí hace más de seis años
eran sus tierras de Cuenca, fronterizas con Albacete, el motivo fundamental de
su obra: tierras, paisajes y plantas que conocía perfectamente. Tanto que era
capaz de visualizarlos con solo cerrar los ojos. Hoy, sin renunciar ni a sus
orígenes artísticos ni a sus raíces vitales, ha sabido ampliar los motivos de
su arte.
Bodegones, paisajes tradicionales y urbanos /París, Londres,
Cuenca/ conviven con interiores y figuras. Para confirmar esto que digo, ahí
está ese bodegón de frutas frescas en el que Ulpiano ha extendido, mejor dicho,
ha desparramado las piezas, atendiendo sobre todo al color de cada una más que
a las formas. El mantel irremediablemente recuerda algunos paisajes en los que
la orografía se recorta sobre un cielo azul-violeta; al tiempo que las frutas
le sirven para distribuir el color, las utiliza para conseguir la perspectiva.
Todo ello conjuntado y compensado tanto compositiva como
cromáticamente. Son todos ellos trabajos pinturas con el denominador común de
la calidad y la originalidad. Porque Ulpiano es de esos pocos pintores a los
que les sobra la firma.
Sus formas, sus características le definen y le hacen
distinguirse de los demás. Pero no importa, nuestro pintor seguirá firmando su
obra, tanto por respeto a sí mismo como al público.
El dibujo queda subyaciendo bajo el color. Porque Carrasco
sabe de la importancia del dibujo. Podríamos decir que primero dibuja con el
lápiz y luego desdibuja con el pincel.
José María Arenaza Urrutia, 2000.
Catedrático de Historia del Arte.
ULPIANO CARRASCO Y EL IMPULSO DEL MEJOR COLOR MANCHEGO
Nacido en la provincia de Cuenca, en una pedanía de
Villanueva de la Jara, dentro ya de la Mancha que mira hacia Albacete, el
pintor Ulpiano Carrasco es el artista que más me ha ayudado a descubrir como el
paisaje puede llegar en determinados momentos del año a una exaltada sinfonía
de colores.
Lo pude descubrir a finales de noviembre de 1998, cuando
desde la Sala Comas de Barcelona me invitaron a escribir un texto en el
catálogo de su exposición. Yo, por fortuna, tenía fresco el recuerdo de un
viaje en tren de Cuenca a Valencia en el día de Todos los Santos y también
tenía presente una breve estancia en la parte más alta de la población.
Entonces la naturaleza se hallaba en un momento óptimo, con unos árboles que
dejaban la frondosidad del verano y se empezaban a preparar para los fríos del
invierno; con unos cielos azules que se enharinaban de nubes; y con un piar de
pájaros que, después de pasar la noche abrigados en las partes más bajas de la
montaña, alzaban el vuelo en bandadas a la búsqueda del calor del sol. Lo había
vivido de primera mano e incluso había llegado -no me duele nada confesarlo- a
emocionarme. Por eso, cuando me encontré delante de los cuadros que pintaba
Ulpiano Carrasco me sentí felizmente transportado a aquellos instantes vividos
y, sin ninguna duda, me entró el convencimiento de que me encontraba delante
del más exacto y moderno intérprete plástico de su tierra. Él era de Cuenca y
la mejor Cuenca, la más plena y rica, se encontraba en sus paisajes.
Han pasado más de doce años desde aquella exposición y
conservo vivo su recuerdo. No tengo que hacer ningún tipo de esfuerzo para
recular en el tiempo y eso es porque intermitentemente he tenido diversos
contactos con la pintura de Ulpiano Carrasco y éste, a medida que perfeccionaba
en el oficio y encontraba otros motivos de inspiración, nunca perdía el impulso
original, aquel que le hizo enamorado hijo de sus orígenes.
Ahora, junto a ustedes, vuelvo a encontrarme con el artista.
Este ya es un pintor hecho a base de una serie de exposiciones por toda España
y por una serie de países de Europa, Asia y América. Su obra ha recorrido mundo
y también lo ha hecho él, Ulpiano Carrasco, que ha conocido diversidad de
ambientes, costumbres, luces y colores. El ir y venir le podían haber hecho
cambiar, pero no ha sido así. Se ha perfeccionado y se ha hecho más intenso en
sus explicaciones coloristas, pero ha conservado el impulso de los orígenes.
Sinceramente lo celebro, tanto por él como por todos nosotros.
José María Cadena.
Crítico de Arte.